Me dolía tanto que pude sentir como mi alma se iba desvaneciendo poco a poco, y que el trozo de corazón que compartíamos se iba estrujando lentamente. Sangraba y se comprimía hasta acabar desapareciendo, y eso me hizo un poco menos humano. Pensando en aquel banco se me hicieron las cinco de la mañana, y pensé que ya iba siendo hora de volver. Cuándo subí, entré en la habitación me quité la ropa y me acosté al lado suyo, junto a la mujer que iba a dejar escapar. Sabía que nunca volvería a sentir algo así por nadie, pero precisamente por eso no podía ponerle barreras. Estaba dormida, y yo robaría un último beso, uno más, solo uno. No era suficiente pero soy conformista. Junté mi frente a la suya, pero ese momento duró apenas unos segundos, porque sabía que por ese camino lo único que haría era hacerme daño a mi mismo con esto. Así que me separé y me dormí.
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